Cada vez que un predictor nos deleita (o nos asusta) con sus dos rayitas, una mujer cambia. Esté en la parte del mundo que esté, sea de la condición social o económica que sea, esa mujer cambia. Ya no volverá a ser la misma, una lentejilla crece en su interior y seguirá creciendo hasta convertirse en algo más parecido a un melón. Entonces serás la protagonista. Todos querrán refregarte sus cupones y loterías por la panza, tu teléfono sonará más para preguntarte qué tal (y menos para pedirte favores o dinero), desenvolverás regalos aunque no sea Navidad ni tu cumple, algunos te cederán el asiento en el bus, muchas desconocidas te sonreirán por la calle y te preguntarán el sexo del bebé y su nombre a cada paso.
Pero todo no va a ser cruzar el arcoiris. Hay unas cuantas cosillas en la sombra que nadie te cuenta. Realidades que «sufrirás», cosas que desaparecerán de tu vida durante esas cuarenta semanas y otras que, muy a tu pesar, llegarán para quedarse y acompañarte durante este largo y desconocido camino. Toma nota que le damos al play.
1. Verrugas
No arrugues la nariz con cara de extrañada porque esto es una realidad como una catedral de grande. El por qué salen no lo sé y mi matrón tampoco lo sabía pero «lo he sufrío en mis carnes». De repente algo crecía en mi cuerpo, empezó siendo muy pequeñito, con el tiempo creció y creció hasta hacerse molesto y no era la bebota, era una verruga en mi espalda. Una albondiguilla chica repugnante. No quería ir de primeriza histérica a preguntarle al matrón porque me parecía ridículo que tuviera relación con el embarazo. Así que asistí a la consulta calladita como las niñas buenas. Al levantarme la camiseta para pringarme la barriga de gel pegajoso, el matrón vio una verruguilla que tengo de fábrica y me preguntó si era nueva. Le dije que no, que era de la familia y me explicó que era común en el embarazo que apareciera alguna, así que feliz e indignada a la vez le pude enseñar mi recién estrenada jorobilla.
2. Arigato a tu restaurante japonés preferido y ¡con Dios! al jamón
Si eres una moderna apasionada del sushi o una defensora de las tostaitas con jamón del bueno para empezar tus mañanas, esta va a ser una muy mala noticia. Cuarenta semanas sin probar ni mijita, se dice rápido pero se pasa leeeeeento. Para las que reniegan de pasar nueve meses sin estos manjares que la vida nos ofrece, he aquí un plan B.
Sushi pre-mamá: olvídate del pescado crudo y pide (o aprende a hacer) sushi de gambas cocidas, salmón ahumado, verduras, bacalao o tortilla francesa. Además siempre hay alguna cosilla que puedes comer en tu restaurante japo preferido como la ensalada sunomono o un platazo de tempura.
Jamón: el jamón es carne cruda (aunque curada) y esa es la razón para que los médicos lo prohíban, no es por simple mala leche. Mi matrón me dio un truqui para superar el mono de jamón, congelarlo durante dos días antes de consumirlo.
3. Gases en modo on
Los bebotes creciditos se acomodan en la panza tumbados con sus manos en la cabeza en plan playero y nos dejan los órganos, vísceras y to lo que haya por ahí dentro descolocado, desordenado y arrinconado a saber dónde. Esto hace que puedas sentir algunas incomodidades como los gases provocados por ejemplo por la presión del estómago por el aumento del útero. Así que no te asustes si a tu paso te acompaña una orquesta gaseosa, tan refinada que eras y mira ahora…Ga(s)jes del oficio.
4. Complejo de Concha Velasco
De repente un día estornudas, toses o sueltas una carcajada y todo ello no pasa sólo, se agarra de la mano de un pequeño chorrito de pis que, por suerte (esperemos), retiene tu salvaslip antes provocar males mayores. La primera vez que te pasa, te alarmas, te asustas y miras alrededor avergonzada como si alguien pudiera adivinar lo que ha tenido lugar más abajo de tu ombligo. Tranquila, no estás sola. Todas somos Concha.
5. Bipolaridad
No te aguantarás ni tú misma. Las decisiones cambian por arte de magia a cada segundo. Desde el camino que quieres tomar para dar un paseo, la decisión si llevar el móvil o no, la ropa que quieres ponerte y hasta si de verdad quieres dar ese paseo. Al final acabas poniéndote el pijama y refunfuñando en el sofá porque no sabes que haces repanchingada si lo que tienes ganas es de ir a dar ese paseo. Una locura completa. Para mí fue una angustia brutal elegir el estampado de las cortinas de la habitación de la bebota. Se conviritió en una decisión vital, de una importancia extrema que me provocaba dolor de cabeza e iba posponiendo durante días. El IKEA se convirtió en una pesadilla viviente y acabé delegando en el papá gran parte de las decisiones, protestando (por supuesto) cada vez que me daba la gana
La que avisa no es traidora. Buen viaje, compañera!!
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